Había oído hablar varias veces de ella, personas sin relación aparente decían haberla visto, siempre a partir de medianoche. Surgía de improviso, por detrás, te seguía durante un rato a cierta distancia, hasta que tu coche se averiaba y ello sucedía ...... casi siempre. Todas las apariciones habían sido entre Sant Adriá y Montgat, el tramo de autopista entre el final del término municipal de Barcelona y el inicio del tramo de peaje.
Era un sábado cualquiera, un día de esos que con el paso del tiempo no tiene ubicación fija en la memoria, podía ser de cualquier mes; había salido con sus amigos a cenar y después a tomar una copa. Aquella noche no generó ninguna experiencia, ni situación memorable. Fue al dejar atrás la Plaza de las Glorias y enfilar la autopista, cuando se acordó que tenía que llevar al taller el Jeep. La semana antes, acompañado por Josep Mª, entró aire en el circuito de inyección y el motor se paró, Afortunadamente, iba acompañado por la persona adecuada, el amigo con más conocimientos técnicos que tenía. Gracias a ello supo que si al motor diesel le entraba aire en el circuito y este llegaba a los inyectores, igual que sucede con el corazón de las personas, se detenía. Josep Mª lo resolvió en un periquete. Al llegar a casa, hojeó el manual del propietario y sorprendentemente encontró un apartado en el que explicaba como se purgaba el circuito; esperó no tener que hacerlo nunca. Había acabado de repasar mentalmente el suceso con Josep Mª, cuando el motor empezó a ratear, para girar normalmente después. Inmediatamente se le acumularon los pensamientos, eran altas horas de la madrugada (a mediados de los 70 eso significaba las 2,00 h), estaba en el tramo maldito y el motor estaba fallando, para completar la escena solo faltaba “ella”. Miró por el retrovisor y allí estaba, fiel a su cita con los pobres desprevenidos, ¡la grúa pirata¡. Tuvo que mirar dos veces, por un momento le pareció que la vista le jugaba una mala pasada, un serpentín de luces de color hacía la ola de lado a lado del frontal. Aquel vehículo parecía el hijo bastardo de una noche loca entre el camión Continental de “El diablo sobre ruedas”, opera prima de Steven Spielberg, y Kitt, el Pontiac Firebird Trans Am, protagonista de “El coche fantástico”. Como un buitre acechante, la grúa se mantuvo a cierta distancia, durante varios kilómetros, mientras el motor del Jeep empezó a toser cada vez más. Finalmente se paró, deteniéndose en el arcén, la grúa hizo lo mismo a apenas 3 m., mientras las luces seguían haciendo la ola. Se frotó los ojos, por un momento le pareció que el frontal adoptaba una forma antropomórfica y hacía una inquietante mueca de satisfacción. La deficiente iluminación en aquel tramo junto con las luces de cruce de la grúa impedían ver el rostro del conductor, en cambio se podían apreciar unas mini macetas con geranios de plástico encima del salpicadero; le resultaron familiares, Nicanor, el alcalde de su pueblo también las llevaba en su Seat 600; además de los geranios habían otros ornamentos más propios de una sala de estar hortera que de un vehículo industrial.
Nuestro intrépido conductor, después de repasar el manual, cogió las herramientas y abrió el capó, bajo él se abría un espacio desproporcionado para lo que albergaba, un humilde motor Perkins diesel de 4 cilindros, claro, en USA metían un 6 cilindros de 3,7 l. y 160 hp. Mientras identificaba la bomba de inyección, oyó el ruido de la puerta de la grúa, descendió un hombrecillo con bigote, de unos 40 años, que se dirigió a nuestro conductor: ¿necesita ayuda?, le espetó. El le contestó que no, que se las podía apañar solo. Sintió una extraña sensación de ridículo; por ser un pirata tenía un aspecto muy normal, debía ir de camuflaje pensó. Para colmo se quedó al lado mirando como resolvía la avería, lo que faltaba, el muy buitre esperaba presenciar el fracaso. No había móviles, dejar el Jeep en el arcén no era una buena opción, pero ser remolcado por el pajarraco no le complacía en absoluto, tenía algo de humillante aquel seguimiento, ¡con las luces de Kitt acosando!.
Se concentró como si aquello fuera una operación a corazón abierto, abrió el purgador, bombeó gasoil hasta que rebosó, volvió a apretar el purgador, le dio al contacto y .......... arrancó. Respiró aliviado, la grúa se puso detrás del Jeep y lo siguió, como un cazador sigue a su presa herida, con la seguridad que esta acabará cayendo en el zurrón.
Trazó un plan, en lugar de salir a la general en Montgat, hoy cogería la autopista de peaje, tendría que pagar la astronómica cantidad de 12 ptas (0,07 €) pero valía la pena, al llegar frente al campo de fútbol del Badalona, en donde empieza la bajada, aceleraría a tope, de este modo aunque el motor fallara, con la inercia podría intentar llegar a pisar el negro asfalto de la concesión de peaje, que cual alfombra de bienvenida, esperaría su llegada y con esta su salvación, allí la grúa pirata no podía entrar y había postes de socorro.
Dejaron atrás Sant Adriá, pasaron frente a la fábrica Llamas, una leve subida y alcanzaron la cuesta del campo de fútbol, hasta ese momento el motor giraba bien. Le quedaba solo la bajada hasta Montgat, apretó el acelerador, el motor hizo un leve fallo, el Perkins empezó a traquetear, vibraba todo, estaban bajando a tope, como mínimo ¡90 km/h!. La grúa detrás, con la inquietante ola de luces. 800, 700, 600,...., 200, 100 m. ¡salvado!. De repente el motor dejó de hacer el tonto y funcionó a la perfección hasta llegar a su casa. El lunes a las 9,00 dejó el Jeep en el taller, nunca más volvió a ver a la grúa.
Era un sábado cualquiera, un día de esos que con el paso del tiempo no tiene ubicación fija en la memoria, podía ser de cualquier mes; había salido con sus amigos a cenar y después a tomar una copa. Aquella noche no generó ninguna experiencia, ni situación memorable. Fue al dejar atrás la Plaza de las Glorias y enfilar la autopista, cuando se acordó que tenía que llevar al taller el Jeep. La semana antes, acompañado por Josep Mª, entró aire en el circuito de inyección y el motor se paró, Afortunadamente, iba acompañado por la persona adecuada, el amigo con más conocimientos técnicos que tenía. Gracias a ello supo que si al motor diesel le entraba aire en el circuito y este llegaba a los inyectores, igual que sucede con el corazón de las personas, se detenía. Josep Mª lo resolvió en un periquete. Al llegar a casa, hojeó el manual del propietario y sorprendentemente encontró un apartado en el que explicaba como se purgaba el circuito; esperó no tener que hacerlo nunca. Había acabado de repasar mentalmente el suceso con Josep Mª, cuando el motor empezó a ratear, para girar normalmente después. Inmediatamente se le acumularon los pensamientos, eran altas horas de la madrugada (a mediados de los 70 eso significaba las 2,00 h), estaba en el tramo maldito y el motor estaba fallando, para completar la escena solo faltaba “ella”. Miró por el retrovisor y allí estaba, fiel a su cita con los pobres desprevenidos, ¡la grúa pirata¡. Tuvo que mirar dos veces, por un momento le pareció que la vista le jugaba una mala pasada, un serpentín de luces de color hacía la ola de lado a lado del frontal. Aquel vehículo parecía el hijo bastardo de una noche loca entre el camión Continental de “El diablo sobre ruedas”, opera prima de Steven Spielberg, y Kitt, el Pontiac Firebird Trans Am, protagonista de “El coche fantástico”. Como un buitre acechante, la grúa se mantuvo a cierta distancia, durante varios kilómetros, mientras el motor del Jeep empezó a toser cada vez más. Finalmente se paró, deteniéndose en el arcén, la grúa hizo lo mismo a apenas 3 m., mientras las luces seguían haciendo la ola. Se frotó los ojos, por un momento le pareció que el frontal adoptaba una forma antropomórfica y hacía una inquietante mueca de satisfacción. La deficiente iluminación en aquel tramo junto con las luces de cruce de la grúa impedían ver el rostro del conductor, en cambio se podían apreciar unas mini macetas con geranios de plástico encima del salpicadero; le resultaron familiares, Nicanor, el alcalde de su pueblo también las llevaba en su Seat 600; además de los geranios habían otros ornamentos más propios de una sala de estar hortera que de un vehículo industrial.
Nuestro intrépido conductor, después de repasar el manual, cogió las herramientas y abrió el capó, bajo él se abría un espacio desproporcionado para lo que albergaba, un humilde motor Perkins diesel de 4 cilindros, claro, en USA metían un 6 cilindros de 3,7 l. y 160 hp. Mientras identificaba la bomba de inyección, oyó el ruido de la puerta de la grúa, descendió un hombrecillo con bigote, de unos 40 años, que se dirigió a nuestro conductor: ¿necesita ayuda?, le espetó. El le contestó que no, que se las podía apañar solo. Sintió una extraña sensación de ridículo; por ser un pirata tenía un aspecto muy normal, debía ir de camuflaje pensó. Para colmo se quedó al lado mirando como resolvía la avería, lo que faltaba, el muy buitre esperaba presenciar el fracaso. No había móviles, dejar el Jeep en el arcén no era una buena opción, pero ser remolcado por el pajarraco no le complacía en absoluto, tenía algo de humillante aquel seguimiento, ¡con las luces de Kitt acosando!.
Se concentró como si aquello fuera una operación a corazón abierto, abrió el purgador, bombeó gasoil hasta que rebosó, volvió a apretar el purgador, le dio al contacto y .......... arrancó. Respiró aliviado, la grúa se puso detrás del Jeep y lo siguió, como un cazador sigue a su presa herida, con la seguridad que esta acabará cayendo en el zurrón.
Trazó un plan, en lugar de salir a la general en Montgat, hoy cogería la autopista de peaje, tendría que pagar la astronómica cantidad de 12 ptas (0,07 €) pero valía la pena, al llegar frente al campo de fútbol del Badalona, en donde empieza la bajada, aceleraría a tope, de este modo aunque el motor fallara, con la inercia podría intentar llegar a pisar el negro asfalto de la concesión de peaje, que cual alfombra de bienvenida, esperaría su llegada y con esta su salvación, allí la grúa pirata no podía entrar y había postes de socorro.
Dejaron atrás Sant Adriá, pasaron frente a la fábrica Llamas, una leve subida y alcanzaron la cuesta del campo de fútbol, hasta ese momento el motor giraba bien. Le quedaba solo la bajada hasta Montgat, apretó el acelerador, el motor hizo un leve fallo, el Perkins empezó a traquetear, vibraba todo, estaban bajando a tope, como mínimo ¡90 km/h!. La grúa detrás, con la inquietante ola de luces. 800, 700, 600,...., 200, 100 m. ¡salvado!. De repente el motor dejó de hacer el tonto y funcionó a la perfección hasta llegar a su casa. El lunes a las 9,00 dejó el Jeep en el taller, nunca más volvió a ver a la grúa.
(basado en anécdota real)
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